Salí de la radio feliz. Tan feliz estaba, que no me di cuenta de un detalle interesante, no tenía como volver casa. Sin bici, no hay paraíso. Llamé a una remisería pero la demora era demasiada. Decidí caminar unas cuadras, en compañía de mi amigo Pacho, en busca de un medio de transporte que me devuelva a casa. Veníamos de charla, cuando en la vereda de enfrente vimos una remisería. Cruzamos. Pacho me alentó a llamar a la puerta, la verdad no le tenía mucha fe a ese paisaje amarillento. Por detrás de una cortina descolorida y abrumada, salió un hombre. El hombre de unos sesenta y tantos, con sus dientes post muchos años de fumar, abrió la puerta y me preguntó a dónde me dirigía. Contesté y me despedí de Pacho. Al más allá, pero bien acá Me senté atrás. Encendió el auto y prendió el estéreo. Un piano enloquecido empezó a sonar, era algo increíblemente espantoso. A las dos cuad...