La melancolía
de algunas noches me deja sabor a madera en el corazón. Son las noches de
color purpura. Recorro las calles por donde alguna vez pasé... hacia tiempo que no recordaba con facilidad. Camino por veredas empedradas, es una tarde cálida,
casi no hay transeúntes. El taco de mis zapatos suena bello contra la piedra.
Un escalofrío me sorprende caminando, meto las manos en los bolsillos de mi
abrigo, encojo mi cuello y acurruco mi cabeza por unos segundos. Sonrió. La
sirena de un barco comienza a romper las barreras del sonido y llega hasta mí…
la escucho, y al caminar marco dos tiempos de negra con más énfasis,
luego… piano. ¿Porqué alguien llevaría galera en este siglo? ¿Quién sería capaz
de ponerle una camisa de tela acuadrille a una orca? Sonrío.
Me gustan
estos borceguís rojos, los tendría que usar más seguido. Me queda una
tuca, no sé si fumarla o dejarla para más tarde. Sigo caminando, doblo en
una esquina y el terreno sube. Me apuro, porque escucho un bandoneón… es Piazzolla,
que casualidad con las ganas que tenía de escucharlo. Me quedo parada
mirándolo, estoy fascinada. Me acuerdo
de que tengo un deseo y ahora necesito una fuente, por suerte traigo una
moneda en el bolsillo. No sé si tirar la moneda en la fuente de las
Nereidas, en la fuente de Trevi o en las fuentes de Los Mares o
Marinas… No sé qué preguntarle a una sirena, nunca lo pensé. Mejor voy a
pensar las cosas, tengo que estar atenta al destino. Bueno, última copa y a
dormir.
Cuando tenía quince años me toco despedir a mi primera amiga, a Mariana. Se murió en un estúpido accidente, completamente evitable para mí, pero no para su destino. Entonces lloré de ira, odie su muerte y me pregunte todo lo que una persona triste y enojada se puede preguntar, son miles de ¿por qués? Me sigo preguntando lo mismo. Porque nunca se dejan esas preguntas, y no te consuela ni el karma, ni el destino, ni nada. La verdad, siempre se extrañan y siempre queremos volver a verles. Es inevitable. Pero con los años, y hablo de muchos años, me di cuenta de que les amigues nunca se van, por ello no les olvidamos. Por eso nos seguimos enojando con la muerte, o con el destino, es como si le dijéramos ¿por qué no les puedo abrazar si están en cada fibra de mi historia? Por eso, es al pedo despedir a une amigue. Porque ya no se pueden ir, no podemos decir adiós a quienes se han vuelto parte de nuestro ADN. Soy de esos humanos ...
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