El niño y la rata
me dejaron atónita. Me olvide del hambre, de mi desafortunado cruce de
frontera, del libro que no saqué de la mochila, de los tres pares de zapatillas
que una seño me pidió que le cruzara a Puno. Me olvidé de todo, solo ellos
ocupaban mi mente.
Sentía melancolía
por dejar Bolivia atrás, viví muchas
aventuras allí, conocí lugares mágicos, amigxs inolvidables como Martín,
el pibe de Ringuelet que era titiritero. Shanty y Matu en el “Bicho” cruzando
el continente. Gentes de los vientos los que andan. Tantas personas tan lindas,
quisiera recordarlas siempre. Pero el momento de seguir adelante había llegado,
tenía nuevo destino, Perú. Me encontraba en Yunguyo, en la frontera entre estos
dos países, dispuesta a seguir camino a Puno. Compre algunas provisiones, el
boleto y di algunas vueltas por ahí, en la plaza me armé de abrigo esperando la
caída del sol, mientras esperaba la hora de partir.
Subí al bus, y por
suerte me tocó ventanilla, me senté y fue girar la cabeza hacia la derecha y
quedar sin crédito. Abría y cerraba los ojos ¿era real lo que veía?
El chato no pasaba
los tres años, traía su chullo, su chompita de lana, sus cachetes masticables.
De semblante pacífico, compartía su chupetín.
Cual pirata de cuento, llevaba a su mascota sobre el hombro. Pero no era verde ni tenía
plumas, más bien tenía el pelo duro y de color gris, orejas puntiagudas y de
sus patas delanteras colgaban unas pequeñas manitos con garras… era una rata,
sin dudas era una rata. Una de esas ratas que provocan paros cardíacos, muchos
gritos, personas corriendo, rayos y centellas. El niño lamia su chupetín y le
convida a su amiga rata, uno por vez, en armonía y comunión, los dos parecían
disfrutar la golosina.
Corrí el vidrio de
la ventanilla para verlo mejor, ellos ahí tan tranquilos mirando a los
pasajeros del bus que estábamos ya casi listos a partir.
El chofer encendió
el motor y mi ansiedad se vio trunca, no me importaba la incertidumbre de la providencia, solo
quería seguir contemplando al niño y la rata, llevármelos en ese instante por
resto de mis días. Otro tesoro para mis retinas, pensé.
El bus ya estaba
completo, la voz que gritaba “Juliaca, Puno, Juliaca, Puno…” se calló, era el
momento de partir. La mujer que estaba sentada en el asiento de atrás, me pidió que cerrara la ventana, accedí. Ahí
quedaron los dos, el pibito y su rata, el micro se alejaba y yo poco a poco,
los perdí de vista... pero aún conservo el asombro de haber sido testigo de
aquella exótica amistad.
Otro tesoro para mis retinas... brindo por mas busquedas de tesoros amiga!! <3
ResponderEliminarjaja brindo por ello!
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